by Alfred Asís
En un accidente ocurrido en el sur de Chile, en un camino de tierra
que bajaba a la costa, viajaba con mi gato “Micchu”
En una curva me encontré de frente con un camión
y al hacerle el quite mi van resbaló por la gravilla suelta
y cayó de lado hacia el bosque, fueron unos segundos
que se arrastró entre los árboles quebrándose el parabrisas
y tirando vidrios astillados como proyectiles. Al detenerse la van
esta quedó de lado y pudimos salir con mis acompañantes ilesos
pero con algunos golpes que no fueron graves...
Después de pasado el primer susto me di cuenta
de que mi adorado gato había desaparecido. Comenzaron a llegar
los transeúntes y hasta una yunta de bueyes que nos ayudó
a parar la van. Así nos regresamos a la ciudad
con el enorme dolor de no haber encontrado al micchu.
Pero, volvería al día siguiente pues ya se había hecho de noche.
Al día siguiente volví con un amigo a buscar al gato al bosque
y llegamos al lugar del accidente entrando en el bosque
comenzamos a buscarlo y llamarlo de todas las formas posibles.
Mi ansiedad iba en aumento y mi desesperación también,
amaba tanto a mi gato, un tremendo gato gris angora con el cual
había recorrido todo Chile, no imaginaba, el perderlo.
Ya la tarde avanzaba y habían algunas casas de campo cerca
así que fuimos a preguntar si habían visto algo, pero no sabían nada y lo único que decían que andaban perros en el bosque
y era verdad, se escuchaban ladridos a lo lejos, pero el micchu
se hacía respetar con su estampa... igual eso me inquietó
aún más de lo que ya estaba... Ya hacía mucho rato que estábamos buscando y nada se escuchaba... en ese momento me acordé de Dios, aunque no era un devoto empedernido, si había recibido las enseñanzas de mi abuela ortodoxa y de mi madre que había heredado su amor a Cristo. Me pregunté
¿Que sacrificio podía ofrecer a Dios para que me ayudara a encontrar a mi gato.
En ese momento, tenía un cigarrillo encendido en mi mano
y fue como que alguien me moviera la cabeza hacia él y fijara mis ojos en el humeante cigarro, y, me di cuenta de inmediato del mensaje y mirando al cielo le dije a Dios: “Ayúdame a encontrar mi gato y dejaré de fumar” y apagué mi cigarro con mucho cuidado en una piedra.
Pasaron siglos de mi vida en pocos segundos, cuando escucho a
mi amigo, que estaba como a 50 metros que me llamaba diciendo
que había escuchado algo que surgía de unos arbustos abajo en una quebrada...
Al llegar al lugar comencé a llamarlo con un silbido al cual el contestaba y de pronto escuché un tenue “miau”... mi corazón se volcaba de emoción esta aventura era algo grandioso y el resultado mejor...
De pronto apareció su cabecita entre los arbustos y ya sus maullidos eran de emoción, me hablaba y me contaba todo lo que había sufrido en esa noche fantasmal, con ladridos de perros, sin comida, sin agua y sin una camita saliente a la cual estaba acostumbrado. Mientras subía por la ladera miraba hacia donde le esperaba, maullando y maullando como nunca lo había hecho, hasta que llegó a mis brazos, que emoción que regalo más grande de la vida... Dios mío.
El Micchu estuvo viajando conmigo por 15 años.
En un accidente ocurrido en el sur de Chile, en un camino de tierra
que bajaba a la costa, viajaba con mi gato “Micchu”
En una curva me encontré de frente con un camión
y al hacerle el quite mi van resbaló por la gravilla suelta
y cayó de lado hacia el bosque, fueron unos segundos
que se arrastró entre los árboles quebrándose el parabrisas
y tirando vidrios astillados como proyectiles. Al detenerse la van
esta quedó de lado y pudimos salir con mis acompañantes ilesos
pero con algunos golpes que no fueron graves...
Después de pasado el primer susto me di cuenta
de que mi adorado gato había desaparecido. Comenzaron a llegar
los transeúntes y hasta una yunta de bueyes que nos ayudó
a parar la van. Así nos regresamos a la ciudad
con el enorme dolor de no haber encontrado al micchu.
Pero, volvería al día siguiente pues ya se había hecho de noche.
Al día siguiente volví con un amigo a buscar al gato al bosque
y llegamos al lugar del accidente entrando en el bosque
comenzamos a buscarlo y llamarlo de todas las formas posibles.
Mi ansiedad iba en aumento y mi desesperación también,
amaba tanto a mi gato, un tremendo gato gris angora con el cual
había recorrido todo Chile, no imaginaba, el perderlo.
Ya la tarde avanzaba y habían algunas casas de campo cerca
así que fuimos a preguntar si habían visto algo, pero no sabían nada y lo único que decían que andaban perros en el bosque
y era verdad, se escuchaban ladridos a lo lejos, pero el micchu
se hacía respetar con su estampa... igual eso me inquietó
aún más de lo que ya estaba... Ya hacía mucho rato que estábamos buscando y nada se escuchaba... en ese momento me acordé de Dios, aunque no era un devoto empedernido, si había recibido las enseñanzas de mi abuela ortodoxa y de mi madre que había heredado su amor a Cristo. Me pregunté
¿Que sacrificio podía ofrecer a Dios para que me ayudara a encontrar a mi gato.
En ese momento, tenía un cigarrillo encendido en mi mano
y fue como que alguien me moviera la cabeza hacia él y fijara mis ojos en el humeante cigarro, y, me di cuenta de inmediato del mensaje y mirando al cielo le dije a Dios: “Ayúdame a encontrar mi gato y dejaré de fumar” y apagué mi cigarro con mucho cuidado en una piedra.
Pasaron siglos de mi vida en pocos segundos, cuando escucho a
mi amigo, que estaba como a 50 metros que me llamaba diciendo
que había escuchado algo que surgía de unos arbustos abajo en una quebrada...
Al llegar al lugar comencé a llamarlo con un silbido al cual el contestaba y de pronto escuché un tenue “miau”... mi corazón se volcaba de emoción esta aventura era algo grandioso y el resultado mejor...
De pronto apareció su cabecita entre los arbustos y ya sus maullidos eran de emoción, me hablaba y me contaba todo lo que había sufrido en esa noche fantasmal, con ladridos de perros, sin comida, sin agua y sin una camita saliente a la cual estaba acostumbrado. Mientras subía por la ladera miraba hacia donde le esperaba, maullando y maullando como nunca lo había hecho, hasta que llegó a mis brazos, que emoción que regalo más grande de la vida... Dios mío.
El Micchu estuvo viajando conmigo por 15 años.