LAS PLUMAS DE AQUELLOS ESCRITORES
Escribe: Carlos Rod. Sumuano
Si hay personas a quienes más admiro, ellos son a los escritores de antaño, los escritores de hace siglos que tan bien describieron las historias, las fábulas, los cuentos, los poemas, los casos y las cosas de su tiempo y que ahora resultan obras clásicas. Esos hombres y algunas mujeres vivieron en pobrezas extremas, despreciados por propios y extraños, fueron perseguidos por sus ideas liberales, radicales e izquierdistas, incluso unos pasaron años en prisión; algunos se arriesgaron en actos heroicos, otros fueron muy enfermizos o simplemente se suicidaron; muchos vivían siempre frustrados, pues al terminar su obra les quedaba la enorme labor de buscar una editorial para que se las publicara, muchos no lo lograron ¡A saber cuantas obras buenas murieron con el autor!
Pero, el punto importante a tratar aquí de esos literatos, es que ellos tuvieron un trabajo extenuante, plasmaron sus palabras sin diccionarios, ni libros de consultas; vivieron en una larga labor para formalizar sus escritos, pues en esos tiempos se escribía con plumas de aves cuya punta mojaban a cada rato en un tintero para poder plasmar sus obras, precisamente por eso quedó el nombre de “pluma” a todo lo que sirve para escribir, y si tal ejercicio era por las noches se tenían que conformar con la luz que daban antorchas, velas y veladoras, años después con candiles, faroles o quinqués.
Tales ilustres estaban muy lejos de pensar que siglos después aparecería el lápiz, luego la pluma fuente, poco después la pluma atómica más conocida como bolígrafo o lapicero; este bolígrafo es tan práctico, funcional y barato, se pueden escribir decenas de hojas antes de que se le acabe la tinta; para muchos escritores clásicos de la antigüedad, este insignificante y pequeño artefacto hubiese sido una cosa fenomenal y fantástica
Mucho tiempo después, muchos escritores modernos gozarían de la deliciosa comodidad de la máquina mecánica de escribir, aún pulsando las teclas con dos dedos como acostumbraban todos los viejos escritores, avanzaban más y mejor en sus escritos, de esas viejas máquinas surgieron grandes obras a lo largo del siglo XX.
En este milenio, el que esto escribe (como todo mundo), plasma sus ideas y sus escritos en las fantásticas teclas de un ordenador, más conocido como computadora. ¡Ah!, este “viejo señorón” ya no usa sus máquinas de escribir y ni siquiera escribe un poema a mano, porque el ordenador le facilita en demasía sus trabajos, pues escribir en la computadora resulta bastante fácil y práctico; se puede corregir mejor. Incluso, la misma computadora corrige casi todo de manera electrónica. ¡Con razón varias personas con pésima ortografía entregan bien hechos sus trabajos!
Y repito, a pesar de muchas carencias y vicisitudes de aquellos escritores de antaño nos dejaron obras imperecederas. Debería darme pena por estar tan lejos de ellos en el sentido literario, muy a pesar de que tengo enormes ventajas delante de esos grandes ilustres, pues aparte de la comodidad de mi computadora, en mis libreros poseo variados diccionarios y muchas enciclopedias de consulta. Y últimamente puedo apoyarme en internet y redes sociales. ¡Por todos los cielos! ¡Soy un hombre afortunado!
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